lunes, 5 de marzo de 2012

Juan Gelman















OPINIONES

Un hombre deseaba violentamente a una mujer,
a unas cuantas personas no les parecía bien,
un hombre deseaba locamente volar,
a unas cuantas personas les parecía mal,
un hombre deseaba ardientemente la Revolución
y contra la opinión de la gendarmería
trepó sobre los muros secos de lo debido,
abrió el pecho y sacándose
los alrededores de su corazón,
agitaba violentamente a una mujer,
volaba locamente por el techo del mundo
y los pueblos ardían, las banderas.

jueves, 16 de febrero de 2012

Hollywood






“Hollywood es un lugar donde te pagan mil dólares por un beso y cincuenta centavos por tu alma. Lo sé porque rechacé la primera oferta bastante a menudo y cobré siempre los cincuenta centavos”

                                                                            Marilyn  Monroe

jueves, 9 de febrero de 2012

Alma de diamante


Ven a mí
con tu dulce luz
alma de diamante
Y aunque el sol
se nuble después
sos alma de diamante
Cielo o piel
silencio o verdad
sos alma de diamante
Por eso ven así
con la humanidad
alma de diamante
Y aunque tu corazón recircule
siga de paso o venga
pretenda volar con las manos
sueñe despierte o duerma
o beba el elixir
de la eternidad
sos alma de diamante
Bien aquí o en el más allá
sos alma de diamante
y aunque este mismo sol,
(se nuble después)
sos alma de diamante.

domingo, 22 de enero de 2012

El lector detective

La novela comenzó con un proyecto que había comenzado a escribirse hace más de veinte años. Después de revisar escritos en el disco rígido, el mercado editorial decidió continuar el mito Bolaño y editó “Los sinsabores del verdadero policía”. Advertido en demasía por el prólogo y los distintos comentarios de los editores, el lector llega a las trescientas páginas y advierte que la novela esta inconclusa o inacabada pero no parece molestarlo.  La pesquisa que efectúa el lector en cada uno de los capítulos es detectivesca como lo fue, valga la redundancia,  en “Los detectives salvajes”. Y  así empieza la novela, con Joan Padilla, un inefable “poeta maldito” que se filtra en los distintos rompecabezas que propone el autor. “El verdadero policía es el lector, es el encargado de ordenar esta novela endemoniada”, decía Bolaño.  Los tópicos utilizados no son extraños en su  literatura: la locura, la soledad, el viaje, el sexo, la poesía,  y el humor que florece entre la desolación y la pobreza.

             Amalfitano es un exiliado chileno, profesor universitario, desalentado de su militancia política, filósofo, poeta y homosexual a partir de los 50 años que ya había paseado por la obra de Bolaño en 2666. El otro es Padilla, joven poeta y amante de Amalfitano. Juntos son los encargados de sostener una trama en la que suceden historias paralelas tan particulares como extravagantes, que ocurren en una desolada Santa Teresa, al norte de México. Allí se entrecruzan mujeres asesinadas, un streep teasecomunicativo” donde se desnudan también los espectadores y la dinastía de una familia que parece burlar respetuosamente (o no tanto) al García Márquez de Cien años de soledad. “Menos mal que he leído a los poetas, y que he leído Las Novelas. Menos mal que he leído”, concluye en el final de un capítulo Amalfitano.  La declaración desnuda la obsesión por los poetas, los que verdaderamente expresan el desarraigo, la locura y las ganas de vivir con intensidad.   Bolaño  siempre repitió su apasionamiento con los poetas: “… son pocas las cosas que un hombre puede soportar. Un poeta, en cambio, lo puede soportar todo". Por otra parte, tal como los ha entendido Bolaño no pueden dejar de ser unos marginales condenados (salvo Pablo Neruda y Octavio Paz). Es por eso que representan los homosexuales de los años ’80 y los parias de la izquierda de los ’60 y `70. Amalfitano lo entiende perfectamente en una declaración que lo pinta de cuerpo entero, y en esa proclama la forma de entender y disfrutar la novela: “...mis males provienen de mi admiración por los judíos, los homosexuales, los revolucionarios y los drogadictos”.

         Nunca sabremos si Bolaño, de haber seguido con vida, hubiera publicado esta novela con tales estructuras y grado de revisión. Pero no tiene importancia. La mitología de Bolaño sigue alimentando el mercado editorial y engalanando al lector que se viste de policía y descubre una gran novela.  

martes, 27 de diciembre de 2011

Vecino

 

El vecino toca todos los días el timbre de mi casa.  Hace dos meses que repite esa rutina. Llega siempre con el mismo  pijama de colores gastados. Pregunta por su madre. Se llama Estela, dice. Me observa con unos ojos rojos que irradian terror.  No sé donde está su madre, señor, le respondo. Todas las noches abre la puerta y le contesto lo mismo.  Ante cada negativa, el vecino baja la vista y vuelve desconsolado hasta su casa. Cuando llega a su jardín se sienta y coloca sus manos abiertas contra su rostro.  Esta mañana mi vecino tocó la puerta. Lo atendí un poco dormido. Como siempre preguntó por su madre. Esta mañana decidí  recordarle que a su madre la enterró hace dos meses en el jardín de su casa.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Saer sobre Di Benedetto




   Recordando una ironía que Goethe aplicó a los liberales, podríamos decir que a muchos escritores las cosas les resultan fáciles hoy en día, porque el público entero les sirve de suplente. Ni una sola frase estampan que sus lectores no hayan plebiscitado de antemano. Tan obvia es la estética sumaria que les proponen, tan de acuerdo con la opinión, con el sentido común, con las generalidades más deslavadas del "hombre culto", que sus libros se vuelven innecesarios, puesto que los mismos lugares comunes que vehiculan ya han sido proferidos hasta la náusea por los semanarios, las reseñas académicas y los debates políticos y culturales. Y es fácil observar que, al poco tiempo, esas banalidades tan aclamadas se disuelven junto con la actualidad en la que se injertan.
   Desde luego que no es el caso de Antonio Di Benedetto. Sus narraciones provienen de una profunda necesidad personal, indiferentes a la expectativa pública y a lo establecido y, por esa misma razón, no hay lector atento que, en lo más íntimo, no se reconozca en ellas.
   Hace cuarenta años, los grandes éxitos de librería como los llaman; nacionales e internacionales, ocultaron, con su barullo injustificado, la aparición de Zama, su obra maestra. Cuatro décadas más tarde, desvanecida ya la feria de ilusiones que nos lo escamoteaba, este texto a la vez épico y discreto, viviente y desgarrador, fulgura todavía entre nosotros. Es cierto que desde su aparición en 1956, varias ediciones confidenciales, casi secretas, se fueron sucediendo en la Argentina y en España, pero su lugar–uno de los primeros–en la narrativa de nuestra lengua no ha venido a ocuparlo todavía. Entre los autores de ficción de este idioma y de este siglo, Di Benedetto es uno de los pocos que tiene un estilo propio, y que ha inventado cada uno de los elementos estructurantes de su narrativa. Una página de Di Benedetto es inmediatamente reconocible, a primera vista, como un cuadro de Van Gogh. Sus grandes textos Zama, El silenciero, El cariño de los tontos, Cuentos claros, Aballay son un archipiélago singular en la geografía a decir verdad bastante banal de la narrativa en lengua castellana. Entre tantos mamotretos demostrativos y tantas agachadas supuestamente vanguardistas, la prosa lacónica de Di Benedetto, construida con una tensión que no cede ni un solo instante, demuestra una vez más, aunque haya que recordarlo a menudo, que el arte del relato nace siempre de una conjunción de rigor, de inteligencia y de gracia.
   Aunque opuesto en todo a los viajantes de comercio de la esencia americana, Di Benedetto, sin desde luego ningún voluntarismo programático, ha, por añadidura, elaborado en Zama una imagen exacta de América. Soliloquio lírico sobre la espera, la soledad, el desgaste existencial y el fracaso, este libro desesperado y sutil nos refleja de un modo más verídico que tantos carnavales conmemorativos que, con el pretexto de corretear lo americano, chapotean en el más chirle conformismo respecto de la forma narrativa, la cual, sin embargo, puesto que se presentan como libros de ficción, tendría que ser la primera de sus exigencias.
   El rigor de Zama está presente en los otros grandes textos de Di Benedetto. Cuatro novelas El pentágono, Zama, El silenciero y Los suicidas y una quincena de relatos de diferente extensión, constituyen un universo narrativo de primer orden, por su unidad estilística y formal y por su lucidez sin concesiones. El sabor de su prosa, vivificado por discretos matices coloquiales, es, a pesar de su sencillez aparente, resultado de un análisis magistral de la problemática narrativa que su tiempo le planteó.
   Los que tuvimos la suerte de ser sus amigos–lo que no estaba exento a veces de afectuosas dificultades– sabemos además que en la obra estaba presente la integridad de la persona, hecha de discreción, de penetración amarga, de abismos afectivos, de nobleza y de ironía. En 1976, las marionetas sangrientas que impusieron el terrorismo de Estado, lo arrestaron la noche misma del golpe militar y, sin ninguna clase de proceso, lo mantuvieron en la cárcel durante un año. Los notables mendocinos que había frecuentado durante décadas se lavaron las manos, de modo que cuando salió de la cár cel, a los 56 años, lo esperaban el destierro, la miseria y la enfermedad. Ni una sola vez lo oí quejarse, y cuando le preguntaba las causas posibles de su martirio, sonreía encogiéndose de hombros y murmuraba: "¡Polleras!". Pero ese año indigno lo destruyó. El elemento absurdo del mundo, que fecunda cada uno de sus textos, terminó por alcanzarlo. Y sin embargo, hasta último momento, a pesar de la declinación mental y física, encaró, con la misma ironía delicada de los años de plenitud, la inconmensurable desdicha.

En "El concepto de ficción" , publicado por Ariel. © 1997 J.J.Saer ©1997

martes, 29 de noviembre de 2011

Resistir

"En esas desveladas noches de las que te hablo, pienso, también, en el intransferible y perpetuo aprendizaje de los revolucionarios: perder, resistir. Perder, resistir. Y resistir. Y no confundir lo real con la verdad". 
                                       Andrés Rivera, La revolución es un sueño eterno